El 11 de octubre, en un paraje encantador como es el Castillo de Santa Catalina, se casaban Íñigo y Arasteh en un evento que reflejaba a la perfección las culturas de origen de los novios y sus gustos.
Él, del norte, ella, de Málaga pero con ascendencia persa. Los dos, amantes de las artes marciales, contactaron con nosotras cuando ya tenían cerrada la boda, pero eran tantos los detalles para coordinar que quisieron que nosotras nos encargáramos de todo y que ellos pudieran así disfrutar del gran día.
La curiosa y bonita ceremonia se celebró siguiendo el rito iraní, país del que procede el padre de la novia. En una mesa se contaba con elementos llenos de simbolismos como un espejo, velas, frutas como la granada, carbón, azúcar y una corona que iban pasando por las cabezas de los novios.
Una vez terminada, los orígenes vascos del novio se reflejaron en un arcos por los que pasaron al finalizar la ceremonia y tras los que les esperaba una prima del novio que les bailó un aurresku.
Pero eso no era todo, para sentar a los invitados Íñigo y Arasteh emplearon símbolos de la saga Juego de Tronos y contaron además con la complicidad de una de sus tías, que hizo figuritas individuales para cada invitado como recuerdo, que encontraron sobre su plato.
Los centros de mesa también fueron muy especiales, decorados por una amiga de la familia, todos ellos eran diferentes jugando con los colores y las velas. El color de la boda, el azul (el de la novia), se empleó en las servilletas y en los zapatos de Arasteh ¡que quedaron genial!
Como véis, las personas más cercanas a los novios tuvieron mucho que decir en la boda, y no fue menos durante la cena, cuando Íñigo y Arasteh repartieron al ritmo de la música ramos de flores a las madres y figuritas de novios a parejas invitadas que también tienen previsto casarse.
Pero uno de momentos más espectaculares estaba por llegar, el corte de la tarta. Uno de los familiares realizó un ritual iraní consistente en un baile con sables al novio en el que este tenía que ir pagando hasta quedarse con el sable con que cortar la tarta junto a la novia. Y no sólo eso, los propios contrayentes, aficionados a las artes marciales, bailaron con los sables ante los aplausos de los invitados.